Más allá de Nuevo Vedado, pasado el Cementerio de Colón y el Zoológico, en el límite entre la Playa y la Plaza de la Revolución, se abre a los peatones en La Habana un paisaje que no está en el centro de la capital. Carreteras anchas y arboladas, casas enormes y bien decoradas, gente bien vestida, algunas bolsas de comida, coches modernos. Aquí, en la avenida Kohli, no se escuchan gritos ni discusiones, y la fila que se ve en la gasolinera de Acapulco es ordenada.
Es la otra cara de la capital cubana, muy lejos del caos de Centro Habana o La Habana Vieja, por no hablar de municipios empobrecidos como Cerro, La Lisa o Diez de Octubre, donde el desmoronamiento y la suciedad dejan poco espacio a la belleza. Es sorprendente, como ejemplo simple, hay cajeros automáticos como el Banco Metropolitano en 26 y 32, con dinero, sin filas y funcionando correctamente.
Pero lo que probablemente más destaca de este barrio son los cubos de basura: impecables y ordenados, sin las montañas de residuos que se ven en muchos rincones de la ciudad y que en ocasiones provocan peligrosos incendios. Los compañeros de servicio comunitario parecen estar trabajando en este camino.
Aquí, por supuesto, no vive todo el mundo. Muchas de las casas de Kohli -llamadas así en honor a una familia adinerada de origen suizo que se estableció en Cuba a finales del siglo XVIII y cuyos descendientes, siempre vinculados a la vida política, se exiliaron poco después del triunfo de la revolución- fueron “desmayadas” después de 1959. a soldados, funcionarios, ministros y colaboradores cercanos del régimen. “Sucedió.
Kohli vive para mostrar las disparidades que la revolución, lejos de resolver, acentúa. Una ciudad sencilla, bien conservada y civilizada, dentro de otra ciudad, devastada y donde prevalecen las leyes de la selva… reservada para aquellos a quienes no se les ha concedido una parte del poder de la isla.
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